Todos los días recibo cientos de cartas o personas en consulta que vienen para buscar una respuesta en su indecisión de vida, en querer respuestas a preguntas que solo ellos pueden contestar pero no son capaces de admitir derrotas o desamores.
No tan sólo por una situación de pareja, una persona soporta, pues muchas veces hasta el pensar en el futuro de los hijos nos lleva a frenarnos ante la posibilidad de un cambio y de mejorar un estilo de vida.
Cuántas veces no nos hemos sentido que ya no soportamos más la carga, que se nos agota la vida y que un respiro de bienestar es algo inalcanzable… Que el cansancio es más que un malestar en el cuerpo, que pesa el alma, que la tristeza es la compañía de todos los días, que el llanto se convierte en nuestra carta de presentación o en nuestra forma de describirnos, que la ira o la ansiedad son comunes y hasta vista como algo muy normal.
¿Qué nos pasa a los seres humanos que preferimos aguantar en vez de asumir una postura de búsqueda del bienestar?
A esta pregunta le cabrían muchas respuestas, pues no basta con decir que somos codificados para dar, para estar para otros, sino que nos sentimos vivos y útiles cuando es así.
Y es que el aguantar es visto como un sacrificio de amor, donde dejo de vivir por tu felicidad o por lo que entiendo yo es lo correcto.
Pero, ¿hasta dónde es sano? Nada que nos lleve al desgaste y a la desorientación puede ser lo correcto, pues la vida es un paso tan corto, que cuando queremos asumirlo y disfrutarlo ya es tarde, no por la muerte en sí, sino que muchas veces cuando queremos protagonizar nuestro bienestar ya no nos quedan las fuerzas necesarias para lograrlo, pues un aguante continuo nos puede llevar a la peor de las desmotivaciones.
Muchas personas aguantan en su relación, desprecios, humillaciones, traiciones y mentiras por el solo hecho de esperar un cambio, lo que muchas veces queda en una ilusión que se apaga con los años y en los cuales la inversión emocional ha sido tan fuerte que nos llenamos de odio hacia todo aquello que una vez amamos.
También está el miedo al abandono, ese vacío de sentirnos solos, que muchas veces se disfraza en una amor hacia el otro enfermizo y en el cual me lleno de aguante esperando que con esto dependas de mi por lo necesario que me hago en tu vida.
Otro motivo de un aguante continuo es por el hecho de no tener la valentía de saber decir que no a todo aquello que nos quite la paz. Y es que poner límites es algo que soñamos lograr pero en el momento que quizás intentamos hacer, la culpa no nos permite accionar.
Y es que el aguante sólo si transita por poco tiempo es manejable, pues así se convierte en un aprendizaje y en un motor que nos impulsa a mejorar nuestra condición humana.
Pero aquel que se añeja y se convierte en parte de mi personalidad sólo nos traerá desintegración de un yo que fue forjado y que hoy no tiene raíz.
Para encontrar un camino de sanación es importante saborearlo y conocerlo. Descubrir el por qué se ha quedado cerca y a qué tanto le temo.
Al descubrir las respuestas estaremos listos para afrontar los miedos como quizás también, es nuestro derecho seguir en el rol de víctima y esperar el reconocimiento de los demás.
Ana Simó
Psicóloga, terapeuta sexual, familiar y de Pareja.
Directora Centro Vida y Familia
@AnaSimo / @Anasimord